Es muy poco lo que sabe la comunidad cristiana acerca de las circunstancias que acompañaron la relación de María con su Hijo Jesús, en particular en su camino hacia la muerte. Pero la tradición de Juan nos ha conservado este recuerdo, lleno de intenciones teológicas, que ha sido leído en la historia de cristianos como una expresión eclesiológica: María es la madre de la Iglesia, la Iglesia es hogar de María.
Nos hemos preocupado mucho por ver a María como una mujer completamente marcada por el espíritu de los pobres de Dios, y así nos permiten describirla los evangelios, en general, y sobre todo los evangelios de la infancia.
Nos hemos acostumbrado a ver a María, en Semana Santa, como la Virgen dolorosa. Sin embargo, el único recuerdo que la tradición cristiana nos ha reservado es el de una Madre valerosa, que se mantuvo de pie junto a la cruz, es decir, que no se dejó derrumbar por el dolor. El prototipo de la actitud del valor en medio del sufrimiento.
Pero no se trataba de cualquier valor: se trataba del valor que está sustentado por la esperanza. El corazón de María no se dejó vaciar nunca de esperanza y por eso la comunidad cristiana la recuerda en este día como a la Madre que es para ella un verdadero modelo de existencia.
Hoy tenemos que hablar en la Iglesia de esperanza. No importa que en este día nos sintamos impactados por el recuerdo del sufrimiento y de la muerte de Jesús. Todavía no hemos recorrido todo el camino de Dios.
Nuestro pueblo debe tener los sentimientos de María. En medio del sufrimiento, no se puede perder la esperanza. Está por amanecer un día nuevo, el día de la vida. Y no sólo el día del recuerdo de la vida: este día de la esperanza siempre es posible.
Con María, como los pobres de Dios, podemos confiar siempre en el Dios que nos ama, que nos anuncia con la resurrección de su Hijo, nuestra propia resurrección. También nuestro espíritu se puede alegrar, aún en medio del dolor, por la esperanza que sustenta para nosotros el Dios de la vida:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,
porque se ha fijado en su humilde esclava.
Pues mira, desde ahora me felicitarán
todas las generaciones
porque el poderoso ha hecho tanto por mí:
él es santo y su misericordia llega a su fieles
generación tras generación.
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1 comentario:
Como María, nnca debemos perder la esperanza: "Tras de la noche más profunda sale el sol"
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